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Análisis de género en la relación de Anna y Elsa en «Frozen»

En un inicio me planteé realizar un análisis de género íntegro de la película Frozen de Disney, pero cuando empecé a recoger información al respecto llegué a la conclusión de que podría ser demasiado extenso. Así que decidí centrarme en lo que, para mí, era más importante: la relación entre Anna y Elsa. Cabría añadir que estaría bien haber visto la película antes de leer este texto.

Una de las primeras perspectivas que tuve cuando me focalicé en la relación que compartían era que podía repartir dos papeles: el de maltratada, que sería Anna, y el de maltratador, que sería Elsa. Uno de los rasgos más específicos de los maltratadores es la falta de inteligencia emocional y esa es la definición por antonomasia de Elsa. De hecho, la película gira alrededor del evento trágico que vivieron las hermanas cuando eran pequeñas, que desencadenó el enclaustramiento de Elsa y, como consecuencia, a su distanciamiento afectivo. Hay un elemento muy importante en aquella escena: Olaf, el muñeco de nieve. Disney suele optar por incorporar personajes como «mascotas» para hacer chistes ligeros o gags graciosos: tenemos a Mushu, Pascal, las gárgolas de El jorobado de Notredame, Abú, Sebastián, etc. como claros ejemplos de este rol en los films. No obstante, Olaf además de cumplir esta función podría considerarse como la alegoría de la relación que comparten las hermanas: se construye alrededor a su amor y no muere. Cuando Elsa crea a otro ser vivo helado, Marshmallow, con el propósito de aislarse de Anna y de Kristoff nos topamos con que, al recibir daño la abominación no se regenera. Olaf a lo largo de la película se descongela, se desmonta y pierde partes del cuerpo pero, aun así, siempre vuelve a su estado original porque el amor restituye. En cambio, las cosas que nacen de la tristeza, de la soledad, no pueden reinventarse. 


Una de las razones por las que al público puede que le cueste vincular a Elsa con algo tan socialmente masculino como la carencia de inteligencia emocional es la famosa escena de Let it go. En ella se arraiga su deseo de aislarse para ser ella misma; quiere seguir guardando sus sentimientos, estar sola, porque no conoce una forma que no sea tóxica de acercarse a los demás. El descontrol de los poderes de Elsa es la metáfora sobre cómo de horrible puede ser no poder gestionar las emociones. Por eso es tan necesario que Anna acuda a buscarla; nos manda el mensaje de que nadie debería de sentir vergüenza por necesitar ayuda. Cabría añadir que vincular cómo Elsa crea el castillo y su vestido al extremo femenino nos lleva a ver erróneamente que es una chica débil, dentro del arquetipo femenino de dama en apuros que necesita ser rescatada. Sin embargo, este prejuicio hacia ella nos lleva a no saber analizar un rasgo que tiene, tan propio de la masculinidad hegemónica, que es el descontrol de impulsos y, como mencioné antes, de emociones.

En la década de los 90 se crearon una serie de personajes femeninos bajo el estándar de fight like a girl, con ideas que promovían que las mujeres podían hacer exactamente lo mismo que los hombres. Buffy cazavampiros, Totally spies!, Embrujadas, Las Supernenas, W.H.I.T.C.H, etc. afianzaron los parámetros de que las mujeres eran geniales porque podían hacer lo mismo que los hombres. Esto, sin ser algo malo de por sí puede tener una interpretación con doble filo: las mujeres tienen valor si son capaces de hacer lo mismo que los hombres. Por tanto, se devalúa lo considerado femenino y se sublima lo masculino. Mulan es uno de los máximos exponentes que se utilizan para ejemplificar esta perspectiva. No obstante, esto no significa que como película Mulan sea errónea, pero sí que ha desencadenado que los personajes femeninos se comparen con la protagonista del film y si no son capaces de vencer a los hunos, quedan descartados como elementos interesantes. Me gustaría pensar que podemos llegar más allá y medir que algo es genial sin tener en cuenta un patrón «de hombres». Elsa y, sobre todo, la relación que comparte con su hermana es interesante porque puede verse un trasfondo. Habría que ahondar más allá del castillo helado para encontrar que ella en lugar de ser una princesa ostenta su corona de reina. O sonreír por el hecho de que haya una crítica a que Anna se enamore del primer príncipe que se encontró por su camino.

Por otro lado, Anna es la salvadora y la víctima: se preocupa por su hermana, sufre por su aislamiento, y termina casi perdiendo la vida. El hecho de que Elsa congele a Anna es una dramatización de cómo no gestionar las emociones puede hacer daño a los demás. Anna no recibe golpes, pero es anulada y de manera explícita le hacen luz de gas; es víctima del evento que ocasiona la reclusión de Elsa y no lo recuerda. Todo el castillo hace como que nada ha ocurrido, por lo que no solo se alegoriza la luz de gas, sino que es explícita cuando le borran los recuerdos. Anna, entonces, sufre su rol de víctima como opuesta al agresor, que sería su hermana.

Los estragos de la violencia llegan a su catarsis cuando Anna se congela. La cura es, paradójicamente, el amor. El hecho de que Elsa acuda a buscarla y exprese sus emociones —llore—, la salva. Si la esquirla de hielo que recibe Anna es una metáfora del descontrol emocional, el abrazo es una alegoría a cómo aprender a expresar cariño puede ser un motor de cambio. En esta película, al contrario de lo que puedan pensar algunos, no hay una dama en apuros. Elsa no fue una dama en apuros cuando se recluyó y Anna acudió a buscarla, de la misma forma que Anna no fue una dama en apuros cuando se hizo escarcha. Aquí solo hay víctimas de una mala gestión afectiva representando cómo podría entramarse una relación de maltrato, aunque, como es un cuento, tengan un final feliz.

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