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La sororidad en «Una rubia muy legal»

Una rubia muy legal es una película del 2001 que bebe de la cultura pop de la época. Se trata de una comedia ligera que, casi sin querer, encuentra puntos de inflexión en los que invierte estereotipos o, como mínimo, les aporta un punto de vista diferente. Su protagonista es Elle Woods: una chica blanca —y rubia— que encarna a la típica mujer burguesa, rebosante de privilegios socioeconómicos, y reina del baile de primavera en el instituto. Recuerda al tropo de adolescente frívola, superficial y vacía, cuyo único propósito suele ser anteponerse a otro arquetipo de personaje femenino, que suele ser el de una chica estudiosa, de familia obrera y —como dato de vital interés— virgen. Porque en las películas teen se suele recompensar positivamente no haber sido sexualmente activa.

A medida que avanza la trama, nos encontramos con que Elle aunque tenga gustos feminizados: la moda, las revistas de chicas, la peluquería…, no es devaluada por ello. Esto podría considerarse un matiz innovador, puesto que por regla general en el universo de las películas adolescentes estas conductas suelen ser repudiadas. Mientras en Chicas malas —2004— aprendemos que es incompatible ser fashion victim y buena amiga, Una rubia muy legal nos muestra la sororidad como arma ante la competitividad entre chicas. Elle Woods no rivaliza con sus compañeras: prefiere hacerles el eyeliner o compartir sus secretos de belleza.

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Elle Woods, súper estilosa ♥
 Al inicio, la historia parece ir enfocada hacia el sendero de Disney: Elle espera casarse con el que era su novio en el instituto, Warner. No obstante, las expectativas que tiene sobre él se hacen pedazos cuando la deja con una frase que la parte en dos: «Si voy a ser senador he de casarme con una Jackie, no con una Marilyn». Esto nos lleva al planteamiento de cómo los hombres clasifican a las mujeres según sus intereses: existen las mujeres Jackie —las estudiosas, intelectuales, de buen corazón y poco sexualizadas— y existen las Marilyn —las rubias tontas, frívolas y superficiales que solo se conciben como objeto de deseo—. Y, por desgracia, Elle entra dentro del panorama del segundo tipo. Nadie quiere casarse con una Marilyn. 

El cine adolescente nos ha incentivado a empatizar con la protagonista Jackie porque, de nuevo, por mucho que se plantee a una Marilyn como un fin a alcanzar, a la hora de la verdad es un prototipo que nació para ser despreciado. Por ello, Una rubia muy legal parece abordar la cuestión de si en realidad son tan malas las zorras del instituto. Y lo hace genial. Tenemos a una Marilyn de la que nadie se espera nada —ni su exnovio, ni sus amigas, ni su familia— que nos evidencia que además de ser aficionada a la moda, es inteligente. El viaje de Elle como personaje es una lucha constante por demostrar que, aunque no la consideren capaz de conseguirlo, puede llegar a ser una buena abogada, además de tener un gran corazón.

Cabría añadir que los espacios de mujeres tienen gran cabida en esta película, además de ser concebidos como un entorno seguro y de apoyo mutuo. Cada vez que Elle tiene una crisis, acude a hacerse la manicura para hablar con Paulette y servirse de sus consejos. De hecho, destaca que las decisiones con mayor peso argumental sean tomadas mientras se hace el pelo o las uñas. Cuando, llegado casi el desenlace, Elle decide rendirse y ceder a lo que el universo narrativo espera de ella —convertirse en la rubia frívola y estúpida de los films adolescentes— aparece en escena la profesora Stromwell, que estaba haciéndose la permanente en su misma peluquería. Decide animarla y, de mujer a mujer, la hace redescubrirse como lo que es: una persona compleja, con todos sus matices y peculiaridades, que anhela salirse del sendero que le prefijaron de participar en concursos de belleza. Elle se merece finalizar sus estudios porque una Marilyn es igual de capaz que una Jackie.

Tal vez, el único panorama que podría resultar incómodo sea que una de las chicas de la universidad responda al tropo de feminista de paja: en varias escenas hace uso de falacias para ridiculizar argumentos del feminismo. También aparece un personaje homosexual muy caricaturizado que podría ser la premisa de prejuicios homofóbicos que, aun a día de hoy, se encuentran en auge.

Otro aspecto que hace referencia a la sororidad entre mujeres, y que se sobrepone a los clichés de cartelera de este género, es el hecho de que la nueva pareja de Warner termine haciendo buenas migas con Elle. Vivian transita de su menosprecio hacia Elle, hasta la admiración cuando le pide disculpas por haberse dejado llevar por los prejuicios que la rodeaban. Por otro lado, Brooke Taylor también se ve envuelta en prejuicios por la diferencia de edad que tiene con su pareja fallecida; se cuestionan los sentimientos que tenía ella hacia él pero, en cambio, se considera genuino el amor que él sentía por ella. En una de las escenas que Brooke mantiene con Elle, donde le revela la razón por la cual no asesinó a su marido, comparte una frase que podría dar a la reflexión respecto al peso que ejercen los estereotipos de belleza sobre la condición de mujer: «Una mujer normal no puede tener este culo». Al ser inculpada por el asesinato de su marido, ella prefiere no exponer su coartada a asumir que ha recurrido a una liposucción para realzar su trasero. Esto es una evidencia de cómo nos exigen ser perfectas, aunque el sacrificio sea un imposible; de cómo en ocasiones somos capaces de arriesgar nuestra libertad o nuestra salud para rozar un ideal que en sabemos que es inalcanzable.

Dentro de esta atmósfera que nos encasilla y nos limita solo estamos nosotras. Estamos las mujeres para prestarnos un tampón en el cuarto de baño; estamos las mujeres para consolarnos por no ser nunca suficiente en esta sociedad que nos concibe como meros objetos desechables y, por encima de todo, estamos las mujeres como resistencia, sigamos o no los estándares del sistema capitalista heteropatriarcal. Porque oprimidas estamos todas, con independencia de nuestro grado de alienación.

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